Tuvalu – La urgencia del pasado, más presente que nunca

«Apareció de repente, vestida con las ligeras ropas que usan en su país, Tuvalu, una isla nación del Pacífico. Inmediatamente, acaparó la atención de los cientos de personas concentradas frente al hotel donde se alojaba Barak Obama, unas horas antes de la ceremonia del Nobel. Hacía mucho frío en Oslo y alguien le puso una chaqueta sobre los hombros. Con su pancarta blanca pintada a mano con grandes letras irregulares que decían «Ayúdame a salvar Tuvalu», la mujer captó la esencia urgente del asunto. Esta es una de las imágenes más poderosas que jamás he visto: su sencillez mostraba la realidad de una forma contundente. Ante el cambio climático, estamos todos desamparados. El archipiélago de Tuvalu en la Polinesia tiene una altura máxima de 5 metros sobre el nivel del mar, y tras las Maldivas, es el país del mundo más amenazado por la subida del nivel del mar.» *

Era diciembre de 2009, y lo descrito ocurrió en Oslo tres días después del comienzo de la COP15 de Cambio Climático que se celebraba en Copenhague, la cumbre que fue bautizada como la cumbre de la esperanza («Hopenhaguen») y que acabó convirtiéndose en la cumbre del gran fiasco. Más de 17 millones de personas de los 5 continentes habían pedido a sus gobernantes la firma de un acuerdo para combatir el cambio climático que fuera justo (para todas las personas del planeta), ambicioso (con reducciones de emisiones ambiciosas para los países industrializados) y legalmente vinculante. Se llamó «FAB» por las siglas de estas 3 palabras en inglés siendo además «fab» el diminutivo de fabuloso en ese idioma. Ese acuerdo no se consiguió, ni de forma aproximada.

Seis años después, en la COP21 de París, los gobiernos sí que firmaron un acuerdo en el que se comprometían a reducir las emisiones para evitar que la temperatura planetaria no subiera más de un grado y medio con respecto a la era preindustrial. El acuerdo sería incumplido después de forma generalizada y en 2024 se rebasó el límite de temperatura establecido como umbral de seguridad.

Todo esto es una prueba de que los tratados y los acuerdos internacionales no han servido para detener ni el deterioro climático ni el ambiental. La urgencia para actuar es cada vez más acuciante:  un estudio reciente muestra cómo la Tierra ha superado 6 de los 9 límites planetarios, lo que implica que estamos cada día más cerca de la desaparición de la vida tal y como la conocemos, nosotros mismos, los seres humanos, incluidos.

Necesitamos tomar medidas eficaces que marquen un nuevo rumbo y que nos alejen de un naufragio que, de otra manera, será inexorable. Entre estas, destaca el convertir el ecocidio en un crimen internacional, pues se establecería una barrera ético-jurídica para detener esta destrucción ambiental sin sentido al tiempo que el establecimiento de la responsabilidad penal individual serviría para disuadir de cometer crímenes ambientales. No nos podemos permitir el lujo de perder ni un minuto más porque la ventana de la esperanza se está haciendo cada vez más pequeña. 

Tuvalu

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