stop ecocidio

Desde muy joven he dedicado una gran parte de mi tiempo a la protección de los derechos humanos y el medio ambiente, trabajando como voluntaria y como contratada en varias organizaciones y movimientos. Tras separarme de forma definitiva de Greenpeace, que había sido literalmente mi casa durante casi dos décadas, estuve varios años intentando ganarme la vida dando charlas de concienciación ambiental, pero no terminaba de conseguirlo.

En la primavera de 2018, fui convocada a una reunión de activistas ambientales que tendría lugar cerca de donde vivo, para escuchar la innovadora propuesta para proteger al planeta que traía una abogada británica. Sin yo saberlo, iba a conocer a la mujer que daría un nuevo golpe de timón a mi vida: Polly Higgins.

Hubo varias cosas que me emocionaron escuchando a Polly. Lo primero que me llamó la atención fue su voz apasionada, con un peculiar acento escocés, que no perdía la dulzura aunque hablara de las cosas terribles que le estaban sucediendo al planeta. Unido a esto, todo cuanto decía era de una lógica aplastante, comenzando por la necesidad de crear una ley internacional para proteger a la Tierra y a todos sus habitantes basándose en que lo que no está prohibido, está permitido de facto, y que no es ilegal causar un grave daño a la naturaleza. Es obvio que la impunidad con que se cometen los crímenes ambientales mina toda posibilidad de proteger de forma efectiva nuestros preciados bienes naturales.

Yo llevaba años pensando que había una guerra no declarada abiertamente contra la vida en el planeta y que se iban ganando batallas (por ejemplo, la moratoria en la caza comercial de ballenas), pero, en términos generales y de manera cada vez más patente, la guerra la estábamos perdiendo estrepitosamente. Polly me dio la respuesta a esto: en un mundo regido por leyes, ¿cómo se puede proteger algo, aunque sea vital, si no hay una ley que diga que si le causas daño, esto traerá unas consecuencias graves a los perpetradores del daño?

Llevaba tantos años siendo testiga directa de las devastadoras consecuencias que trae consigo la impunidad que entendí plenamente que en la raíz de esto estaba la ausencia de una ley penal contundente. Muchas piezas del puzzle de la desprotección de las bases de la vida  planetaria se encajaron de una.

Pero, además de eso, Polly ponía junto a la ley el complemento necesario: el corazón. En principio, no permitimos que algo que queremos, que amamos, sea destruido… En la raíz de los actuales enormes problemas ambientales a los que nos enfrentamos, encontramos también la desconexión con el planeta que nos mantiene vivos y que la economía prime por encima de la propia vida. No es suficiente con cambiar la ley: es necesario también cambiar conciencias y abrir los corazones. Además, debemos de proteger el planeta por la deuda que tenemos hacia las siguientes generaciones, por justicia con todos los seres vivos ahora y con los que han de venir tras nosotros.

Convertir el ecocidio en un crimen internacional ayudará a cambiar nuestra relación con nuestra casa común, la Tierra, la Pachamama, porque ya no será éticamente aceptable destruir la naturaleza, y se impulsará la transición a una relación de armonía con ella, previniendo que exista la posibilidad de que se causen daños terribles como hoy en día ocurre.

Trabajar por conseguir la ley internacional del ecocidio significa trabajar al mismo tiempo por los derechos humanos y por el planeta en sí, porque ambas cosas están intrínsicamente relacionadas, y caminar por una senda que nos dirige hacia el cese de la violencia contra todos los seres vivos, humanos y no humanos, apostando por un futuro esperanzador en el que florezca la vida.